lunes, 22 de septiembre de 2014

EVANGELIO CREMA


Juan Sokolich (1932-2010). Sacerdote dominico, director de Radio Santa Rosa desde 1982 y, tal
 como se aprecia en esta imagen, fanático del Club Universitario de Deportes.

Texto de: Michel Dancourt Delion (2011).


Juan Sokolich llegó de Huánuco a Lima muy pequeño, aún sin terminar de dar sus primeros pasos, todavía sin saber hablar. Pero fue en la capital, donde, con el paso del tiempo acentuó sus tres pasiones: la religión, el periodismo y su fanatismo por el fútbol y por Universitario de Deportes.

Asistió al Oratorio Don Bosco del Rímac y cursó estudios secundarios en el Colegio Apostólico. En la década de 1950 viajó al Cusco para iniciar el noviciado y estudiar Teología y Filosofía. En paralelo, ya admiraba a Lolo Fernández y se hacía amigo, después del “Gringo” Terry. Incluso alguna vez hasta se animó a narrar y comentar partidos de fútbol en la emisora que inauguró en 1958 y de la que fue incansable director desde 1982, Radio Santa Rosa.

Para él, hijo de un croata enamorado del Perú y de una robusta huanuqueña, ser de la U era un motivo de orgullo. Un emblema grabado en el corazón. Un logotipo espiritual que no debía ni quería esconder. Por eso su habitación en el Convento de Santo Domingo, en las entrañas mismas de Lima, fue un verdadero santuario crema. Todo era gobernado por este color. El cubrecama, la ropa de dormir…Y el escritorio parecía sacado de la Trinchera Norte: imágenes de equipos históricos, afiches, banderines y hasta dos pequeños bustos del Papa Juan Pablo II vestido con un hábito de Universitario de Deportes.


 La palabra de Juan fue relevante para encender su pasión. El cura recordó, en alguna oportunidad, que descubrió a la U en la década del 1940, luego de escuchar una sentida transmisión radial por la que se enteró habían vencido al encopetado Independiente de Avellaneda por 2 a 0.

“Soy un dominico porque el hábito también es merengue. Es falso que Universitario tenga un origen aristocrático, eso lo dicen por su fundación en las aulas universitarias de San Marcos, pero siendo un niño muy pobre me hice crema, y así como yo muchos, porque veíamos que venía cualquier equipo con sus estrellas pero de aquí se marchaban derrotados. Ser de la U era asumir un estilo de vida, de lucha, que nos contagió a los jóvenes que llegamos a la capital precisamente a eso: a luchar para salir adelante ante las adversidades”, dijo alguna vez, confesando sin tapujos su fanatismo por el club que antes se conocía como el de la calle Odriozola. Seguro recordaba el 5-3 sobre Racing de Argentina, con cinco goles del cañonero Lolo Fernández, ese legendario testamento de lealtad que se retiró, precisamente, un 30 de agosto de 1953, día de Santa Rosa de Lima, anotando tres goles en la valla de alianza lima. Sokolich habló sobre el tema con el goleador, lo reivindicó siempre como el santoral de los esfuerzos deportivos. Incluso le dio las gracias por rechazar el famoso cheque en blanco que hubiera llevado al cañetano al extranjero a disfrutar los privilegios de un crack internacional, pero significaba hipotecar su promesa de no cambiar nunca de camiseta. Porque Lolo se sacó solo la chompa crema para ponerse la camiseta de la selección.

Pero llegó a más. En otro momento le dio una entrevista a una agencia de noticias y la noticia rebasó nuestras fronteras: “Cura afirma que San Martín de Porras, el santo negro, es de la U”. “Me decían que los hinchas del alianza lo tenían como patrón y, está bien, todo católico tiene derecho a escogerlo, pero no es exclusivo de un equipo de fútbol y si así fuera, tendríamos que decir que San Martín de Porras escogió el hábito crema, que es el hábito que llevan los dominicos. Entonces es más crema que aliancista; no me queda duda”, explicó aquella vez con la misma convicción con la que saltaba en las gradas del Lolo Fernández o en las del Estadio Nacional para gritar un gol y reclamar por un cobro del árbitro que considerara injusto. Seguramente con similar entusiasmo que en aquel domingo 29 de diciembre de 1974, cuando se metió a la cancha de Matute para correr alborozado y dar la vuelta olímpica con el equipo después de lograr el título en ese cuadrangular internacional que se organizó para inaugurar el estadio blanquiazul.



Confió a sus más allegados que una vez ofició una ceremonia de matrimonio vistiendo una camiseta de Universitario debajo de su hábito porque justo, mientras la pareja se juraba amor y fidelidad ante Dios, a esa hora se jugaba un clásico decisivo.

Sokolich, muy de madrugada como para no importunar a nadie, falleció el 1° de noviembre del 2010 a los 78 años dejando un recuerdo vivo en todos los que compartieron con él por su bonhomía, su paciencia, su serenidad para aconsejar y aplacar, casi como un bombero espiritual, a esas almas que llegaban a él incendiadas por el fuego del odio, a esos corazones calcinados por el desprecio familiar o por la indiferencia de un amor cada vez más distante y cruel.


En secreto de confesión, lo buscaban. La gente hacía fila. Después todos se iban más tranquilos. Regocijados por su voz firme sin dejar de ser cordial, por su lectura positiva de la vida, recibían con agrado la explicación de que no deberían sentirse solos porque Dios estaba con ellos siempre a tiempo completo, sin horarios de oficina ni feriados.

Pero alguna vez, en una fría tarde de agosto de la década de 1990, un primo de Freddy Ravello, ese puntero izquierdo aliancista que fue el máximo anotador de 1977 exhibiendo como principal virtud ser infalible en los remates desde los doce pasos y al que los cremas tenían casi en condición de enemigo público, lo fue a buscar al convento. El padrecito preguntó si el joven era familiar de “ese que juega solo para meter penales” y la respuesta fue afirmativa. Sokolich ordenó entonces que lo atendiera el padre Andrés.

Y es que no había forma. Este curita era de la U.



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